Un detalle ornamental le hace falta a la Ciudad: el Escudo de Armas debería colocarse en el Palacio Municipal junto con la Bandera de Cuenca, en el espacio disponible en el edificio, tal como lo hacen otras ciudades del Continente

Como amantes y admiradores de las glorias de nuestra ciudad, al margen de la vergüenza colectiva provocada por la política casera, nos preparamos a celebrar un nuevo aniversario de la fundación española de Cuenca. Es oportunidad propicia para volver los ojos a un detalle ornamental que le hace falta a la Ciudad: el Escudo de Armas de Cuenca que debería colocarse en el Palacio Municipal junto con la Bandera de Cuenca en el espacio que se halla disponible en el edificio tal como lo hacen otras ciudades del Continente, tal como lo hizo en octubre de 1970 la alcaldía del doctor Alejandro Serrano Aguilar al colocar en el parque Calderón el Escudo luminoso de Cuenca; pues, consideramos que este motivo tiene un hecho significativo y cívico, y es, además, una lección viva de amor a la ciudad nativa.

El Escudo de Cuenca, sus blasones, fueron concedidos por el Virrey del Perú, Marqués de Cañete en Lima, el 20 de noviembre de 1557, es decir, a poco más de los siete meses de la fundación española de la Ciudad gracias a las gestiones realizadas por el Cabildo que envió a su comisionado el Alguacil Mayor de la Gobernación, Don Rodrigo Arias de Mancilla, para que viaje a Lima a solicitar al Marqués de Cañete, fundador de la ciudad, la merced de un Escudo de Armas para Cuenca. Y es así como la ciudad recién fundada puede lucir tal blasón, que es desde entonces guía y norte de todos los empeños cuencanos, porque al calor de él se ha forjado la marcha de la ciudad en su avance hacia el porvenir.

Dice el historiador Víctor Manuel Albornoz al respecto lo siguiente: “En el Escudo que señala a Cuenca, Hurtado de Mendoza hace reminiscencia de lo que le es más querido y venerado: se traslada a él, por así decirlo, las cadenas y las plateadas hojas de álamo o paneles que exornan sus propios blasones, y de los de uno de los más preclaros ascendientes arranca también la divisa nobiliaria para ponerla como lema de los de Cuenca. Y es así como el dicho Dios e Vos, brota de fe purísima del glorioso Marqués de Santillana, se transforma en el Primero Dios y después Vos del Escudo de nuestra no menos creyente ciudad”.

Cuenca debe a un brillante grupo de historiadores azuayos la restauración definitiva de sus blasones, tal como lucen hoy, para ejemplo de las generaciones cuencanas que deben saber de memoria nombres, insignias y el significado del Escudo de Armas, que es nuestro, y al que veneramos como al Escudo de la Patria: esos nombres corresponden a hombres beneméritos como los doctores Manuel Torres Aguilar, Octavio Cordero Palacios, Honorato Vázquez y Rafael María Arízaga, al que hay que agregar el del propio Cronista Vitalicio Víctor Manuel Albornoz. Suyas son estas palabras: “Los blasones de Cuenca son el mejor símbolo de su hidalguía y de más excelencias. La ciudad descansa allí sobre eslabones irrompibles, atados por un nudo fuerte que nadie podrá deshacer. La una cadena de las que vienen de arriba es la de la fe que nos sostiene; la otra, la de la honradez que recibimos en herencia de espíritu. Los otros dos lazos de hierro nos vinculan al trabajo ennoblecedor, al mismo tiempo que sujetan al deber, al imperativo cívico”.

Nuestro pedimento es, pues, éste: que la Alcaldía de Cuenca ordene que los escudos iluminados de la ciudad junto a su bandera permanezcan colocados definitivamente en el frontis del Palacio Municipal, para que todos, diariamente, veneremos la alta y gloriosa insignia de nuestra insigne ciudad, honra del Ecuador y de América.

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