El Ecuador entra en tiempos electorales. La rutina democrática se asemeja a otras recientes, pues los más conocidos aspirantes al poder local y provincial son protagonistas desde hace más de diez años.  Otra vez ellos bajan de los pedestales desde los que han reinado y toman la mano del pueblo, ofreciendo lo posible y lo imposible. ¿Pero el electorado, es el mismo? No lo es. Acaso las elecciones de marzo marquen el surgir de una conciencia política articulada al clamor de las renovaciones.

   El magnetismo del poder parece cegar a quienes lo poseen –a nivel parroquial, cantonal y provincial- , para ver la realidad como si girara en su torno insustituible. Es importante la experiencia, como don para trasmitirlo a mentes y energías nuevas; también la obra pública ejecutada, no como propaganda personalista, sino obligación cumplida.

   Azuay, como hace más de diez años, tiene necesidades básicas insatisfechas en seguridad, vialidad provincial e interprovincial; movilidad urbana, transporte aereo, etc. Los últimos gobiernos han sido injustos con Cuenca y Azuay y sus autoridades no han lucido por el reclamo y protesta. En contraste –con sana envidia hay que afirmarlo- los gobiernos han excedido en generosidad con otras ciudades y provincias, cuyas autoridades sí hicieron reclamos y protestas.

   La campaña que se viene será la oportunidad del pueblo para valorar si las promesas de los candidatos son pasajera propaganda electoral o compromiso de honor  y civismo merecedor de su apoyo consciente y razonado.

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