Sólo lo arbitrario es imprevisible.
Ley de Borkoswski.

      ¿Quién apostaba por el progreso de la India? Nos acostumbramos a ver trenes atestados de pobres, muertos que flotaban en el río Ganges… Y la tenemos hoy exportando a Occidente profesores, científicos y programadores de computación… ¿Y el cambio, casi increíble, de los islotes de Singapur?¿Y la muy pobre Corea del Sur, de los setenta, ahora una de las economías más avanzadas del planeta? ¿Y qué del Vietnam de hoy con el de la trágica guerra sigloventina?  ¿Y la decadencia del Catolicismo, la mayor religión de Occidente? 

A diferencia de lo que ocurre hoy, a principios de los años setenta, se veía a la América Latina con bastante optimismo. Nos acordamos, a propósito, de los estudios del desarrollo. Varios autores prestigiosos – podemos citar, por lo menos, a tres de ellos – consideraban que algunos de nuestros países estaban, prácticamente, en los mismos umbrales del Primer Mundo. Argentina, Uruguay y Chile – en ese orden – eran los mejor considerados y calificados. Tenían muchos recursos naturales, buenos recursos humanos, un considerable grado de organización… ¿Y qué pasó? ¿Por qué no entraron? ¿Por qué, los tres, se estancaron tan malamente?  (Los demás constituyen un asunto bastante distinto…)  Sólo hallamos una explicación: la conflictividad política; común, notoria y similar.  En otras palabras, el enfrentamiento, destructivo, de las izquierdas y las derechas. (El demonio de la Guerra Fría, que metió su cola entre nosotros; y nosotros, que fuimos incapaces de alejarlo y de evitar sus asechanzas.).

La triste realidad de hoy:  Casi medio siglo después, seguimos en parecidas condiciones; y, hasta, parece que hemos empeorado. Porque ocurre que los socialismos radicales y revolucionarios – acompañados por los populismos afines – han difundido unas lamentables e influyentes ideologías de la regresión y el subdesarrollo. Las rémoras intelectuales… Y, claro, así nos va…  El ejemplo obvio de su efecto: Venezuela.

Muy penoso…  Con esos dogmas y prejuicios, -- en la cabeza de un aproximado cuarenta por ciento de nuestra gente – no iremos a ninguna parte.  Somos irremediablemente diacrónicos – explicó alguien, usando una palabra griega; la tortuga se nos escapó – dijo otro, apelando a la exagerada metáfora popular; perdimos el último tren del siglo XX – anotó un tercero, usando una apropiada metáfora del transporte. Alejandro Werner – un economista mexicano del Banco Mundial – ha señalado algo parecido, pero más concreto: América Latina sigue planteándose los problemas políticos y económicos en términos de los años ochenta…   Bueno… En este caso, los estudiosos del desarrollo siguieron, en general, la tendencia optimista; no pudieron prever el acontecer negativo.

De todas formas, tal cosa ya es pasado que pasó. Y, ahora, nosotros, otra vez, debemos insistir en prever el futuro: ¿Hasta cuando durará esto?  No lo sabemos. Pero, sí hay unas pistas. Saldremos adelante, cuando abandonemos nuestras visiones confrontadoras; cuando seamos capaces de tener verdaderos proyectos nacionales. En definitiva, cuando tengamos políticas de estado; cuando, en vez de pelear, nos unamos. ¿Sencillo?  De ninguna manera. Resulta, sólo, que nuestras palabras pueden ser fáciles y prontas.  Y los hechos, en cambio, como siempre, son arraigadores y cabezudos.

China nos muestra la realidad opuesta. En los años setenta, se agitaba con la famosa y terrible Revolución Cultural. La “ingeniería social” produjo -- con sus arbitrariedades y desmesuras -- nada menos que unos treinta millones de muertos por hambre.  (La mayor mortandad que una medida de gobierno haya causado en toda la historia humana.) Pero, unos años después, Deng Xiao Ping – con su política de UN PAÍS, DOS SISTEMAS – iniciaba un verdadero milagro. China cobró, de pronto, una vitalidad insospechada. Adiós a las comunas populares. La agricultura se privatiza, se tecnifica, se especializa… Y produce enormes excedentes; que se aprovechan en la agroindustria. Luego, vinieron la industrialización masiva y diversa, los servicios, la investigación, la creación de tecnología… En plena marcha… Y, así, en un par de generaciones, setecientos millones de chinos salieron de la pobreza; y se incorporaron a la creciente clase media. (Esta cifra es sólo algo menor a la población de las tres Américas. Y, frente a ella, los treinta millones de brasileños que -- mirándolo con los ojos más benévolos – Lula da Silva habría sacado de la pobreza son, apenas, un cabito.)  Repitamos: ¿Quién podría haber esperado esta nueva e histórica hazaña del Celeste Imperio?  Pero, bueno, China es China; la milenaria y algo misteriosa China; la de los apogeos y las caídas…

Saldremos adelante, cuando abandonemos nuestras visiones confrontadoras; cuando seamos capaces de tener verdaderos proyectos nacionales. En definitiva, cuando tengamos políticas de estado; cuando, en vez de pelear, nos unamos. ¿Sencillo?  De ninguna manera. Resulta, sólo, que nuestras palabras pueden ser fáciles y prontas.  Y los hechos, en cambio, como siempre, son arraigadores y cabezudos.

Y, entre grandes y chicas, hay otras varias sorpresas. A ellas. En la misma década de los setenta, ¿quién apostaba cinco centavos por el progreso de la India? Nos habíamos acostumbrado a ver la caricatura de ella: los trenes atestados de pobres, los muertos que flotaban en el río Ganges y las malas películas de Bollywood… Y el prestigioso Gunnar Myrdal – Premio Nobel de Economía, entre otros de sus méritos – le había sacado un desolador retrato: un país enfermo y casi maldito…  Y allí la tenemos hoy día: exportando a Occidente profesores, científicos y programadores de computación… ¿Y el cambio, casi increíble, de los islotes de Singapur? (¿Se acuerdan ustedes del determinismo geográfico?  Los trópicos no progresarán…).

 ¿Y la muy pobre Corea del Sur, de los años setenta, no ha llegado a ser una de las economías más avanzadas del planeta? ¿Y que tiene que ver el Vietnam de hoy con aquel de la trágica guerra sigloventina?  ¿Y quién podía esperar la decadencia del Catolicismo, la mayor religión de Occidente?  ¿Y – en sentido contrario – el Islamismo revigorizado? En fin…. Y todo lo que se queda en el tintero: la crisis de la exitosa Unión Europea; la mediocridad y las malas perspectivas de Rusia… Y, sobre todo, el cambio demográfico y el deterioro de la democracia de los Estados Unidos.  (El país WASP – blanco, anglosajón y protestante; en su sigla en inglés -- es cosa del pasado. Hoy, se está imponiendo la suma abigarrada de las minorías. Y, con Trump, apareció, desconcertante y prepotente, el populismo de la derecha provinciana… Así pasan las glorias de este mundo.)

¿Una sorpresa reciente y mayúscula?  Ahí está la crisis venezolana. Vistas la débil y fragmentada oposición y la enormidad militar y militarista, la mayoría de los observadores creyeron que la dictadura de Maduro iría – sin mayores dificultades -- para largo… (Nos incluimos nosotros.)  No se podía prever que Juan Guaidó lograría una repentina y afortunada unidad del sector democrático; y, además, un amplísimo respaldo internacional. Bueno…  El futuro, ciertamente, no se puede pronosticar. Pero, en cierta medida, sí se puede prever. Atención, reiteramos: sólo en cierta medida. Hay que notar, al respecto, -- y esto es muy importante – que los entendidos trabajan sólo con tendencias y probabilidades. (No existen, en realidad, – para la tarea – ni procedimientos matemáticos, ni análisis sistémicos, ni programas, ni modelos.  (Aunque sí hay quienes especulan y laboran en tal sentido…).

 Y eso es eso… No debiéramos extrañarnos, pues, si, lo que se calculó para F, salió, en realidad, una J.  Y, al contrario, bien podríamos felicitarnos cuando, de pronto, acertamos. (Es decir, cuando al buen razonamiento nuestro, se unió un poco de la caprichosa suerte…) Además: Suele decirse que el futuro no se adivina; se prepara. Y tal afirmación implica que, también, -- por este lado – las cosas sí son, de algún modo, previsibles. Observaciones finales. La imprevisibilidad es, en el fondo, positiva: nos mantiene atentos y alertas. Y la previsibilidad – por su parte y por limitada que sea – nos permite vivir y actuar. La incertidumbre total, en cambio, – es decir, la arbitrariedad completa – no es terrenal; es infernal. Sería algo como el caos. Y, en éste, los hombres, simplemente, no podríamos vivir.

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