Apenas quedan borrosos recuerdos de la original Josefina con  sus pinceladas de ríos, jardines, orillas poéticas, mansiones vacacionales y humildes viviendas campesinas.

 

A comienzos de siglo, Honorato Vázquez levantó su casa de hacienda, a la que llamó Tomebamba, junto a los ríos Jadán y Paute, para gozar de paz, descanso e inspiración en sus jornadas de hombre público, literato, científico y artista.

 

Las extenas playas con frutales y cultivos de caña de azúcar, saucedales y hatos ganaderos, formaban un escenario paradisíaco bajo el clima tibio en lo profundo del valle.

 

El Tamuga y el Tubón, cubiertos aún de vegetaciónn protectora, vigilaban el milenario transitar del río, separados por un encañonado de belleza estremecedora por lo abrupto de las montañas y la placidez de las orillas.

 

La construcción de la carretera Descanso-Chicticay, en los años 30, mediante mingas con picos, palas y pólvora de cohetería, fue el inocente inicio de la agresión contra esos cerros, donde pasada la mitad del siglo rugirían voraces maquinarias en decenas de canteras de explotación de piedras, hasta lesionar peligrosamente la zona en la que ya se detectó fisuras.

 

En los últimos diez años, las faldas del Tamuga fueron violadas en forma despiadada y delictiva, ante la indiferencia de los organismos públicos supuestamente protectores de la naturaleza, mientras se veía venir incontenible la tragedia.

 

“Cuán preocupante sería si gran parte de la altiplanicie se viniese hacia abajo y taponara el curso normal de las aguas en la garganta del río que se forma en el sector de La Josefina”, decía el informe de técnicos de la Dirección de Minas luego de una exploración en marzo de 1991.

 

Y añadía frases espantosamente premonitorias de lo que, en efecto y mucho más, ocurriría dos años después: “La represa o embalse natural traería consigo situaciones peligrosas y por qué no decir desastrozas para las poblaciones localizadas en el curso inferior del río...”

 

El 29 de marzo de 1993 el Tamuga se derribó hacia las lomas de Tubón y Shishío, en la confluencia de los ríos Paute y Jadán, para cumplir el destino al que en gran medida le había empujado la codicia humana: causar destrucción y muerte, modificar la geografía, la historia y el futuro de los pueblos afectados por el mayor desastre del siglo en el Ecuador.

 

Cincuenta millones de metros cúbicos de tierra cayeron sobre la hacienda Tomebamba con sus 27 hectáreas de playas, la antigua casa de 300 metros cuadrados, los 30 mil árboles del bosque de eucaliptos, los cultivos agrícolas y los hermosos paisajes de las orillas llenas de belleza y recuerdos.

 

Rosa Acosta Vázquez, biznieta del personaje que bautizó la hacienda en honor al río que regaba de encanto esos lugares con aguas corridas desde Cuenca, nunca recuperará sus propiedades sepultadas bajo el peso del Tamuga y sumergidas en el lago.

 

Pero ella reclama al Gobierno porque los trabajos desde el siguiente día del deslizamiento “se han realizado dentro los linderos de la hacienda, sin haber existido jamás una notificación acerca de la ocupación y uso de la zona” y sin que los propietarios figuren siquiera en la lista de damnificados.

 

Es que el desmoronamiento también se vino sin notificación ni pedido de permiso. Otra geografía, otro destino y otro futuro tiene desde hace un año el antiguo paraje de La Josefina, con su hacienda Tomebamba y los parajes cada vez más borrosos bajo los escombros inconmensurables y el lago, cuyo espejo dejó de brillar empañado por los lechuguines que tendieron su manto de vegetación acuática.

 

 

 

29 de Marzo de 1994

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