Los viajeros que vienen por la Panamericana detienen sus vehículos obligatoriamente en Rumiurco. El espectáculo de los picapedreros llama la atención de todos los que pasan: con herramientas rústicas y a golpe de pulso, campesinos próximos a Azogues extraen casi milagrosamente delicadas formas de los bloques de andesita.

Esos recios hombres se han resignado a ganar el sustento con el caudaloso sudor de la frente, despedazándose la vida. Sin feriados ni obligados descansos, en interminable calendario de trabajo, se los ve allí, todos los días, sacando ciscos de las piedras al monótono compás de cinceles, martillos y puntas metálicas.

A fuerza de músculo moldean las milenarias piedras a su antojo y seguramente al terminar cada obra disfrutarán íntimamente del secreto orgullo de triunfar sobre el duro fragmento de la naturaleza.

Angeles y lápidas para cementerios, piletas ornamentales para residencias particulares o sitios públicos, columnas y capiteles para elegantes viviendas, son entre otros objetos, los que producen los campesinos de Rumiurco.

Junto a la carretera Panamericana, seis kilómetros al sur de Azogues, el sitio es escenario de una auténtica exposición al aire libre, con piezas en las que se aprecia el poder creativo y la fortaleza física de quienes las fabrican. En lujosas villas residenciales de Cuenca, Azogues y otras ciudades ecuatorianas, las piletas de Rumiurco son motivos decorativos que llaman la atención por la perfección del acabado que a pocos advierte el tiempo, la paciencia y la vida que gastaron en ellas sus constructores.

Cargado más de setenta años en la curva de la espalda, Luis Cordero -homónimo y acaso remoto pariente de aquel presidente de las postrimerías del siglo pasado-, es el campesino de mayor edad del grupo de consuetudinarios jornaleros de la piedra. En las manos callosas y en el rostro curtido están grabadas las huellas de los fornidos golpes capaces de doblegar los materiales líticos.

En los ojos permanentemente enrojecidos por el impacto de las chispas salpicadas, es visible la venganza de la naturaleza en contra de quienes se empecinan en violentar sus secretos: el veterano no mira de frente, su vista está baja, pues al parecer en el interior de los párpados hay lesiones dolorosas al mover los ojos.

Don Lucho se ha dedicado desde hace más de 40 años al duro oficio. Recuerda que antes Rumiurco era realmente un cerro de piedra, que poco a poco se convirtió en adoquines para Cuenca, Azogues y otras ciudades de la región. La cantera se ha extinguido y de ella han quedado solo el nombre y él. El material actualmente se obtiene en Cojitambo, parroquia de Azogues resguardada por un empinado picacho del mismo nombre y visible desde varios kilómetros a la redonda, seguramente predestinado también a irse achicando y desapareciendo por la acción de la dinamita y los explosivos para la extracción.

Desde que la irrupción del cemento vino a arruinar el negocio de los adoquines, los picapedreros se fueron por el lado del arte y las nuevas iniciativas. "No hay mal que por bien no venga", dice un compañero del viejo Lucho sin dejar de golpear insistentemente el martillo sobre una cuña metálica que dispara partículas por todas direcciones, dejando surgir la curva pulida, como un muslo, de una columna.

Los jóvenes se dedican cada vez menos a esta actividad. Muchos prefireren aventurarse a los Estados Unidos, a costa de cualquier riesgo, antes que romperse la vida en Rumiurco. Y se sabe de algunos desertores de su lugar de origen a quienes fue bien y mandan dólares, como se conoce de otros que volvieron deportados, extenuados por las peripecias del clandestino trayecto y con la angustia por la deuda del pasaje.

El atractivo espectáculo de los picapedreros de Rumiurco, con sus talleres y obras expuestas junto a la vía pública, más pronto que tarde llegará a su fin. El cemento, el plástico, la fibra de vidrio y otros materiales se dejan manipular dócilmente y con mayor rapidez. Además, los viajeros que interrumpen la marcha al pasar por este sitio son siempre turistas, pero nadie responsable de la preservación de la cultura popular.

El apresurado hombre de estos tiempos prefiere las comodidades que más le distancien de la edad de piedra. Con la desaparición de los picapedreros de Rumiurco, desaparecerán también antiguos vestigios de tradición, cultura e historia de seres humanos cuya memoria se convertirá en olvido.

 
 
Noviembre de 1989

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