El maestro espera con entusiasmo el 5 de febrero del año dos mil, cuando cumplirá los 80. "La gente de mi edad vivió en el siglo XX el progreso que   no alcanzó la humanidad en 40 siglos anteriores: yo ví nacer el avión, la radio, el cine y otras maravillas", dice Antonio Lloret Bastidas con el énfasis de quien disfruta el encanto de esos inventos que para los jóvenes de hoy son rutina.

Además, los 80 años irrepetibles serán oportunidad para ver publicada su novela Los Signos de la Llama, que recibiera el voto de Jorge Luis Borges en 1975, en un concurso en el que otros dos jurados le negaron el premio "porque soy un autor morlaco". Sus hijos han decidido festejarlo con la publicación de esa obra sobre la vida del magisterio.

Antonio Lloret Bastidas fue y es maestro a tiempo completo. Cuando de 18 años cabalgó por primera vez para llegar en dos días a la escuela de Zhaglly, de entre los pobladores salió la voz de una mujer para preguntarle: ¿Y su papá? Á‰l, confuso, pensó que el andariego administrador de haciendas de su padre habría sido conocido en el lugar, pero advirtió que al verlo tan joven, no ofrecía cara de maestro. "Entonces aprendí a vivir en el remoto páramo que me regalaría cama, dama y chocolate durante el tiempo que permanecí en el lugar", dice reventando la carcajada inconfundible con la que festeja la remota anécdota de los inicios en el profesorado rural.

Luego iría a dar clases en Gualaceo -donde acabaría enamorándose de por vida y matrimonio con Irene Orellana-, hasta ser profesor en las escuelas Luis Cordero y   Federico Proaño, de Cuenca, antes de ascender a maestro de secundaria en 1961.

"Entonces había vocación por el magisterio y el profesor rural residía en el lugar de trabajo. No había pretexto para cesar las actividades y no olvido que en un gobierno de Velasco Ibarra no nos pagaban ocho meses y ni un profesor intentó pararse", recuerda, como recuerda que en 1953 y 1959 fue cancelado por los gobiernos acusándole de comunista.

Admirador de Pedro Saad - "uno de los ecuatorianos más grandes que he conocido"-, estuvo afiliado entre 1938 y 1960 al Partido Comunista, pero pasó a militante pasivo por razones familiares, dice, mientras dirige consciente o inconscientemente la mirada y una mano hacia el retrato del hijo con uniforme de general de la República.

Cuando en 1978 se jubiló era Rector del colegio Ciudad de Cuenca y profesor universitario. La cesantía de 400 mil sucres le alcanzó para recorrer por tres meses con su mujer y dos hijos los países de América: "fue una experiencia hermosa, conocer pueblos, paisajes y gentes tan diversos..."

La literatura, el periodismo y la historia complementan la trayectoria del maestro. Su primera experiencia literaria fue dolorosa y anecdótica: en 1933 los alumnos fueron a casa del Presidente Luis Cordero -se cumplían 100 años del nacimiento- y quedó asombrado por la banda presidencial, la sala, los cuadros, los libros, el retrato del personaje con los bigotes como moviéndose y los ojos penetrantes: al otro día presentó un poema que el hermano Alejo no creyó era suyo y le castigó alzándole en vilo por las patillas.

"Mi abuela contaba que entre mis antepasados una mujer llamada María Lloret, analfabeta, hablaba y cantaba en verso, en diálogo con los animalitos del corral", recuerda de su infancia y asocia con la vena poética enraizada en las entrañas.

Lector y escritor de toda la vida, lo primero que publicó fue el cuaderno de poesía Parábola del Corazón Cardinal, en 1942. Desde temprano ejerció el periodismo y sus primeros trabajos aparecieron en La Nación, de Guayaquil.

En 1957 -de enero a diciembre-, publicó una biografía de Cuenca a día corrido en diario El Mercurio, anticipo de su obra Cuencanerías, recopilación de historias, leyendas y pasajes sobre la ciudad y sus personajes, que apareció en dos tomos. Su crítica literaria, de las más solventes y autorizadas del país, está en periódicos, libros y revistas.

"En 1993 fui elegido miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y en 1996 se me designó miembro de número, para suceder a Luis Moscoso Vega: es la mayor recompensa para un escritor, pues la nominación solo puede darse por unanimidad", dice satisfecho por su vida y su obra, "obra que muchos tratan de desconocerla e ignorarla, porque he llevado una vida modesta y me he negado a formar parte de grupos literarios".

Desde ese mismo año -1993-, Lloret publica semanalmente, sin fallar nunca, una página de crónicas de Cuenca en el suplemento de los sábados de diario El Tiempo: son trabajos sobre poesía, historia, periodismo, educación y cultura, que forman parte de una obra en cinco volúmenes.

También en ese año -1993-, la Municipalidad le nombró Cronista Vitalicio de la Ciudad, en homenaje a sus conocimientos y difusión de los valores culturales e históricos que enriquecen el pasado y presente de Cuenca, dignidad que antes la ejerciera el historiador Víctor Manuel Albornoz.

Entre 1984 y 1998, fue Director de la Biblioteca Municipal de Cuenca, función que la alternó con la de editor de la antigua revista Tres de Noviembre, que la revivió luego de 20 años que había dejado de publicarse y de la que sacó a luz 40 números.

Ya sin obligaciones públicas ni familiares, ahora alterna el tiempo entre organizar su biblioteca, una de las mejor dotadas de Cuenca, y las jornadas de lectura cotidiana, mientras espera no solo cumplir los 80, "sino vivir siquiera el comienzo del nuevo siglo, en el año 2001, que seguramente vendrá con muchas novedades y sorpresas que no quisiera perderme..."

 

LA RAMA DORADA

Tronco con muchos frutos, Lloret es padre de 10 hijos -siete varones- que le han acumulado 27 nietos y dos bisnietos: "Hay militares, agobados, periodistas, políticos, arquitectos, médicos, profesores y señoras de la casa. Soy feliz porque salvo un nieto que murió temprano, la familia está completa y se amplía", confiesa con la satisfacción de hombre realizado a plenitud.

- ¿Alguna anécdota de la juventud?

- Me tocó ir a la conscripción y como mi padre fue militar habilitado, gestionó para liberarme, porque era hijo varón único. Cuando el instructor me anunció la exoneración gritó: Lloret, puede retirarse, por inútil. Había leído mal aquello de hijo único.

También recuerdo que cuando en los años 40 frecuentaba la biblioteca municipal para mis lecturas, me prestaban los libros a casa y yo solía copiarlos, a mano, para tenerlos en propiedad.

- ¿Cómo juzga la poesía cuencana en el presente siglo?

- Está en mi Antología de la Poesía Cuencana, en cuatro tomos, que publicó el Consejo Provincial. Consta desde la Colonia hasta la generación de Rubén Astudillo. Lo que vino luego no lo he completado porque no estoy en condiciones de hacerlo y sobre todo porque después ya no hay en Cuenca el hálito poético. En prosa estamos mejor.

Sin pertenecer, compartí con el Grupo Elan, que culminó con la creación del periódico La Escoba, acaso lo más interesante del siglo en cuanto a publicaciones periodísticas. El grupo renovó la literatura cuencana que había permanecido como en el siglo anterior hasta 1942: fue una renovación con cultura, hasta que los viejos literatos reconocieron que había pasado su tiempo y se retiraron con aplausos.

Con César Dávila Andrade compartí la primera juventud. Era dos años mayor que yo y vivimos días inolvidables hasta que se retiró a Quito y fue a morir en Venezuela, en manos de la esposa que le sometió a tiranía conyugal.

- ¿Qué opina sobre la juventud de hoy?

- Le falta educación. Hacen faltan cátedras de moral y cívica, como se las enseñaba hace mucho tiempo. La educación media anda mal y en el medio rural el maestro no trabaja desde que se politizó a manos de cierto partido.

- ¿Ha tenido inclinaciones religiosas?

- Siempre he sido escéptico y creo que soy ateo. Nunca he practicado una religión y he tenido como guía La Rama Dorada, de Frazer, esa historia de las religiones que acaba por probar que ninguna de ellas tiene base. La ciencia se ha impuesto y hasta el Vaticano le ha dado la razón para no quedarse a la zaga.

- ¿Satisfecho por lo que ha hecho de su vida?

- Plenamente. Me siento honrado por ser coetáneo de personajes valiosos como Guayasamín, Adoum, el pintor Paredes, Alejandro Carrión, Efraín Jara...

Tampoco puedo olvidar de entrañables compañeros y amigos como aquellos con quienes hicimos La Escoba, varios de los cuales han empezado a irse: Estuardo Cisneros, Francisco Estrella, Eugenio Moreno, Hugo Salazar Tamariz. Creo que yo podría ser el siguiente...

- Usted tiene mucho por delante: ¡Es Cronista Vitalicio!*

Junio de 1999

* Antonio Lloret falleció el 5 de noviembre de 2000

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