La historia de la aeronavegación ecuatoriana es dolorosa por numerosos siniestros, algunos de los cuales han sido olvidados con el tiempo.

Sin embargo, un percance que no se olvidará jamás es el del avión de la compañía Saeta que el 15 de agosto de 1976 salió de Quito con rumbo a Cuenca y no llegó a su destino, sin conocerse hasta ahora lo que pasó con él y sus sesenta ocupantes.

Una infinidad de versiones, lógicas al comienzo, ilógicas y absurdas luego, fueron desvaneciéndose con las actividades de búsqueda del aparato, un cuatrimotor Vicker Viscount.

El vuelo que debía durar 45 minutos se transformó en una interminable espera, una incógnita sin fin, una cruel experiencia para los familiares de los pasajeros que pese al tiempo transcurrido y tras haber agotado el fluir de sus lágrimas, tienen la esperanza de que alguna vez aparezcan sus seres queridos, acaso con vida. ¿Pudo convertirse en humo un avión con decenas de ocupantes y desaparecer sin dejar rastro?

Apenas se declaró la emergencia el nerviosismo y la angustia cundieron entre los familiares de los ocupantes. Se inició la búsqueda y se esperaba de un momento a otro una información fatal, aunque las esperanzas de hallar personas vivas era casi una certeza. Pasaron las horas, los días, las semanas y los familiares no cesaban de esperar a sus seres queridos en el terminal Mariscal La Mar de Cuenca.

Más de cien días permanecieron allí, esperando, sin motivo. Se movilizaron a diversos sitios tras de una versión cualquiera, para retornar tarde o noche cansados y más sufridos, impotentes frente a la pesada magnitud de la incertidumbre.

Diez años se cumplen este mes de agosto desde que desapareció misteriosamente el avión de Saeta: es posible que alguno de los ocupantes quede con vida, en algún sitio, para contar lo que ha ocurrido. Pero... ¿hasta dónde y cuando llega el límite de la esperanza?

Muchas cosas han cambiado en los años transcurridos y varios niños que se quedaron huérfanos, hoy son jóvenes que se baten por sí mismos en sus vidas; varias personas que perdieron a su esposo o esposa, han encontrado otro ser para que los acompañe en sus vidas. Más aún, de acuerdo con la Ley, se declaró la muerte presunta de los desaparecidos e inclusive los familiares cobraron las indemnizaciones por los seguros de vida. En fin, para decenas de familias del Ecuador -casi todas cuencanas- vinculadas con ese fatídico vuelo, hace diez años se produjo un hecho que cambió el curso de su existencia.

A pocas horas de declarada la emergencia y al no encontrarse indicios del aparato en la trayectoria que debió seguir hasta Cuenca, surgieron las versiones. Se dio como un hecho el estrellamiento en un nevado andino, pues la última vez que el piloto reportó con la torre de control de Guayaquil, fue sobre Ambato, cuando había volado 20 minutos. ¿Se estrelló contra el Chimborazo y entró en las nieves perpetuas que le coronan, como una aguja en un copo de algodón, quedando invisible adentro, para siempre?

La fantasía de la gente se agudiza ante lo inexplicable y hubo quienes afirmaron haber visto volar el avión cerca al nevado Condorazo y escuchado luego el estruendo del estrellamiento. Diario El Universo, de Guayaquil, publicó el 16 de agosto un diagrama en el que constan dibujados los detalles del sitio del siniestro y allá se fueron apresuradamente los familiares de las víctimas. La versión era falsa y nadie sabe cómo pudo haberse originado.

La ciudad de Riobamba fue fijada por las autoridades de aviación como el centro de las operaciones de búsqueda y allí, en su pequeño terminal aéreo, se apostaron centenares de familiares y amigos de los ocupantes del avión, ávidos de noticias, interrogando con ansiedad a los pilotos, cada vez que descendían de una avioneta o un helicóptero de vuelta de los rastreos.

La angustia cada vez mayor se convertía en desesperación. Siempre se exigía más a los investigadores y los familiares trataban de participar ellos mismos en la búsqueda. Ante una versión de que la nave estaría en la zona de Osogoche, en las alturas de la provincia del Cañar, los familiares alquilaron una avioneta por cuatro horas para escudriñar la zona.

Ante la imposibilidad de dar con un rastro surgió la versión de un secuestro. La señora Ligia Wilches de Garcés, familiar de un acupante del avión, afirmó que un joven que despidió a un pasajero y que permaneció en el aeropuerto de Quito, dijo al conocer la emergencia que la nave no se accidentó, sino fue secuestrada, pues él sabía de ello. Ese joven no fue visto nunca más.

También se habló de un joven israelita que estuvo en el aeropuerto de Quito y comentó de un secuestro sin que se sepa más de esa persona, pese a las investigaciones policiales realizadas. El 19 de agosto se creyó haber localizado al avión, cuando un piloto de la compañía SAN, de apellido Romero, divisó en la zona oriental lo que pensó eran las alfombras de la nave entre la selva, colocadas para expresar “necesitamos ayuda” y “necesitamos ropa y brújula”.

Hacia allá se precipitaron los familiares, casi seguros de hallar con vida a sus esperados seres, pero la esperanza se frustró otra vez, pues no eran señales aeronáuticas de socorro sino pedazos de plástico que la FAE había colocado años antes, como referencia para los trabajos de exploración en la zona del proyecto hidroeléctrico Paute.

Al cumplirse un mes de la desaparición se agotó la exploración de las versiones lógicas dadas hasta entonces y había que acudir a lo ilógico, pues era preciso constatar y probar todas las posibilidades. Entonces se contrató al parasicólogo holandés Gerard Croiset, de quien se decía que localizó un avión perdido en Paraguay, así como a personas extraviadas en Europa, utilizando sus poderes sensoriales excepcionales.

El parasicólogo señaló a la zona de Osogoche como la que probablemente tenía en su seno al avión y allí se hizo el rastreo, por aire y tierra, encontrándose, en efecto, los restos de un avión perdido con el piloto Fernando Vázconez, el 4 de octubre de1971, y sobre el que se tejió también variadas y fantásticas versiones. El holandés retornó a su país dejando una nueva frustración, tanto más que se supo luego que no fue el afamado parasicólogo el que vino, sino un hijo suyo, conocido más bien como pintor.

El gobierno de los Estados Unidos había enviado dos aviones DC-130  equipados con lo más avanzado de la técnica para rastrear aviones accidentados, pero tampoco se logró un resultado satisfactorio. El embajador de Estados Unidos, Richard J. Bloomfield, en carta a los familiares de los pasajeros, los consolaba: “El oficial superior del grupo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos me manifestó que está impresionado con los métodos altamente profesionales que la FAE ha estado utilizando en su trabajo. Me doy cuenta de la angustia que ustedes sufren mientras aguardan noticias de sus seres queridos y ruego a Dios que sigan hallando fuerzas para soportar este terrible período de espera”.

Los familiares, organizados en comité, nunca lograron obtener un informe sobre el trabajo cumplido por el personal y los aviones norteamericanos dedicados a la búsqueda. Más bien expresaron su inconformidad, tanto más que el un avión no participó en la exploración sino en el transporte del combustible necesario para el otro, desde Panamá.

Para los familiares cada día estaba más cargado de angustia y llegaba con nuevas esperanzas. Pero el agobiante peso de la incertidumbre trajo desesperación. El 11 de septiembre de 1976 se tomaron el terminal aéreo de Cuenca como medida de presión para que se intensifique la búsqueda y en un comunicado decían: “Queremos saber el destino de nuestros familiares. Por esta razón es que también solicitamos de las autoridades civiles y militares la mayor comprensión, puesto que nuestra actitud tiene como única finalidad la de tener por lo menos el consuelo de depositar en un lugar conocido los restos mortales de nuestros seres queridos”.

Los organismos oficiales responsables de la búsqueda, poco a poco, dieron por disminuir su actividad y el 18 de septiembre Saeta anunció oficialmente la terminación de las investigaciones. Sin embargo, declaraciones oficiales anunciaban que la búsqueda seguiría en forma indefinida hasta la localización de la nave.

Los familiares, siempre angustiados, pero quizá serenos ante el hecho consumado, empezaron a atar cabos sueltos y a descubrir e imaginar nuevas posibilidades. Parecería que a través de la fantasía se consigue un desfogue y un consuelo: se hablaba de que una semana después del extravío de Saeta, desapareció también un remolcador de la Compañía Estatal Petrolera (CEPE), que iba cargado de petróleo de Balao a La Libertad, aparato que tampoco dejó rastro, pese a que las manchas de petróleo, en caso de hundimiento, deberían ser indicios para facilitar la localización. Tampoco de esta nave, con seis tripulantes, se conoce nada después de diez años.

Se dijo también que días antes del extravío del avión se vio OVNIS sobre el cielo de Quito; que en México se capturó 23 aviones de traficantes de drogas; que el general Guillermo Durán Arcentáles, miembro del Consejo de Gobierno, poco después de la pérdida del avión, fue a los Estados Unidos; que se conocía que en el avión se transportaba 600 millones de sucres en billetes, para depositarlos en el Banco Central de Cuenca; que la azafata  Mercedes Eshke tendría alguna vinculación con el narcotráfico, a través de su ex-esposo y sus progenitores; que por esos mismos días disolvió el gobierno una reunión de obispos en Riobamba, al descubrir maquinaciones terroristas.

¿Pudieron estos datos, o algunos de ellos, tener alguna relación con la pérdida del avión? Toda sospecha fue motivo de comentarios por los familiares y a veces dieron lugar a investigaciones y en otras nadie los hizo caso.

El parasicólogo holandés fue traído por segunda vez, dejó varios dibujos sobre la forma cómo debió haberse producido el accidente aviatorio, pero su trabajo al fin fue infructuoso.

Entonces surgieron en el país y en el exterior versiones de personajes dedicados a ciencias ocultas, que aportaban a mantener el misterio sobre el destino del aparato y sus ocupantes. El religioso Ignacio Neira, de la ciudad de Azogues, basado en la radiestesia y las ondas que emiten los cuerpos, dijo estar convencido de que el avión se estrelló en el cerro Altar y cayó luego a una laguna al pie. El había dado detalles del accidente a varias personas, pero no le tomaron en cuenta “porque soy un don nadie: la voz de la laguna está clamando todavía: venid a rescatar estos helados cadáveres que piden sepultura. ¿Nos haremos sordos a esta voz?”.

Un licenciado Sergio Abad Villavicencio, que dijo ser conocedor de ciencias ocultas, escribió desde Loja a los familiares que en su concentración ha visto cuerpos mutilados cerca de Guamote y que su visión fue tan nítida que hasta pudo apreciar las marcas de los relojes de los pilotos.

Un “Centro de Investigaciones Psíquicas” de Pasto, Colombia, dirigido por Guillermo López, emitió un informe señalando que, aunque la clarividente se encuentra algo mal de salud, ha logrado ver el 29 de agosto un pueblo pequeño, con un aeropuerto y una plaza, en la que aparece un bus con escalera, una ambulancia, en una zona selvática. Ve los restos de un avión, identificando al piloto por las insignias del uniforme. Hay el cuerpo de una mujer en un árbol y muchos cuerpos quemados, en medio de una tribu de indígenas con moño. El 4 de septiembre ha visto a una señorita “de facciones bonitas y de nariz aguileña” y el 29 de septiembre, a las 18h00, ha visto que los cuerpos de los cadáveres están cubriéndose de vegetación y se descomponen. También observa que esa tarde llegan dos carros grandes al poblado.

Según Francisco Albornoz, un “parasicólogo eximetrista”, el avión se estrelló en el Chimborazo y respalda la aseveración en sus conocimientos, pues estudió a través de monogramas de la Gran Fraternidad Siete Esmeraldas de El Cairo, habiéndose graduado en quinto grado de Acuario Astral del templo de la Luz y es doctor en Ciencias Psíquicas y Medicina Natural.

Por fin, el ecuatoriano Carlos Luis Malo, parasicólogo citado por el periodista Jaime Díaz Marmolejo, sostiene que el avión está en Osogoche, en una zona fangosa, donde quedó sepultado para siempre y no se lo hallará jamás, “porque desapareció de la faz de la tierra”.

El 23 de abril de 1979, otro avión de Saeta, de la misma marca, en un vuelo igual de Quito a Cuenca, desapareció misteriosamente sin dejar rastro, lo que vino a corroborar las versiones sobre un posible secuestro de ambos navíos y se actualizaron las antiguas versiones o surgieron otras nuevas, que aludían a los poderes mágicos de las lagunas del Cañar, donde se suicidan las aves misteriosamente.

Sin embaro, a fines de febrero de 1984, en forma accidental, un campesino encontró los restos del segundo avión perdido, en la provincia del Napo, hecho que desbarató las fantásticas hipótesis y dio asidero para suponer que el primer avión podría estar en algún sitio remoto y virgen de la selva ecuatoriana, donde un avión por grande que fuese en sus entrañas no es más que una aguja.

Pese al tiempo transcurrido, queda la esperanza de que algún día, seguramente al azar, como ocurrió con el otro avión de la misma compañía, alguien encontrará al aparato con sus ocupantes que se embarcaron ese domingo de agosto de 1976 con destino a Cuenca, y no llegan todavía.

 
Agosto de 1986

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