En los últimos años –explícitamente, durante el actual Gobierno- el Ecuador ha hecho grandes esfuerzos e inversiones para encarar el tema de la inseguridad con profesionalismo y tecnología, como nunca antes. Los resultados, no obstante, aún deficitarios, por la cantidad de hechos delictivos y crímenes de que, cada día, cuentan la policía y medios de comunicación.
 
Cuenca no se libra de la calamidad. Hace mucho dejó de ser sitio apacible donde vivir, trabajar y descansar con tranquilidad. Truculentos episodios otrora propios de lugares extraños y remotos –asaltos, asesinatos, estafas, tráfico de drogas-, son hoy comidilla cotidiana que casi ya ni alarman, ante la costumbre de verlos como una normalidad.  
 
El Gobernador del Azuay, que inició funciones hace poca más de un mes, ha emprendido una intensa actividad para encarar este grave problema social y es importante que la haga no solamente con criterios represivos contra la delincuencia, sino analizando los aspectos que, de diversas maneras, inciden en el comportamiento social, especialmente de la juventud. La fuerza pública no será suficiente, si no se consideran cuestiones relacionadas con educación, administración de justicia, valores humanos y hasta religiosos, capaces de incidir en la formación de la juventud. 
 
Al finalizar un curso docente y aproximarse otro, vale reflexionar sobre estas lacras sociales, para que los problemas de la inseguridad sean tratados como un tema que importa mucho más que al ámbito policial, a otras instituciones públicas, particulares y familias del país.
 

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