Esta injustificada demora (de anunciar los resultados) surtió el contraproducente efecto –para el gobierno y su candidatura- de unir a los adversarios, con la excepción honrada de la reticencia del general Paco Moncayo a endosar los votos de la centroizquierda al derechismo de Lasso, que ya cantaba victoria…

Un final de infarto tuvieron las elecciones pasadas, cuando el Presidente del Consejo Nacional Electoral, Juan Pablo Pozo, en la primera noche después de las votaciones sufrió una especie de “parálisis inducida” y del flujo normal del conteo de los sufragios para Presidente y Vicepresidente de la República, pasó a un goteo tan lento que exasperó a Guillermo Lasso y su binomio Páez, quienes agitaron a sus huestes con el anuncio de que se preparaba nada menos que un fraude. ¿Qué sucedió en realidad?
 
   Es posible que el joven Presidente del Consejo Nacional Electoral haya recibido llamadas, presiones, advertencias desde las alturas del poder, para que modere y semi paralice el conteo de los votos presidenciales, en vista de que las encuestas y exit-poll que manejó confiadamente el Gobierno no se ajustaban a la realidad de los votos, y entre los festejantes de la tarima verde en primera vuelta cundió el desánimo, el desconcierto y hasta el pánico, que congeló las sonrisas y arrugó los entrecejos. 
 
   La diferencia entre Moreno y Lasso se volvió tan apretada que para el gobiernismo era preciso pasar del festejo al escrupuloso conteo en cámara lenta, relentizando las cifras pero enervando los ánimos de quienes veían en esa parsimonia súbita un presunto intento por birlarles una segunda vuelta que la veían segura, de acuerdo a las previsiones matemáticas.
 
   El país entero entró en incertidumbre, los interesados Nostradamus bajo el ropaje de analistas políticos imparciales barruntaban fraudes y Apocalipsis sin cuento, en tanto el gobiernismo hacía desesperados esfuerzos por luchar contra las proyecciones matemáticas para que no haya segunda vuelta y su binomio Moreno-Glas pudiera ser proclamado vencedor sin apelaciones.
 
   Esta injustificada e injustificable demora surtió el contraproducente efecto –para el gobierno y su candidatura- de unir a los adversarios, con la excepción honrada de la reticencia del general Paco Moncayo a endosar los votos de la centroizquierda al derechismo de Lasso, que ya cantaba victoria, porque según los cálculos matemáticos, iba a la segunda vuelta, que ganaría indefectiblemente. Pero las matemáticas deben pasar por la prueba de fuego de las urnas, donde los cálculos no siempre suelen ser correctos. Si no, pregunten a los encuestadores pro régimen.
 
   El asunto se puso tan feo y “color de hormiga”, que hasta el Consejo de Generales lanzó una velada advertencia: que se respete la voluntad popular. Aunque el mensaje era cifrado y prudente, no había que ser necios para desoírlo. Finalmente, acosado por las presiones en la calle, el joven Juan Pablo Pozo admitió la posibilidad de una segunda vuelta, anatemizada de inmediato por el gobiernismo, que no se resigna a que una segunda vuelta sea asegurada. Entretanto, surgen voces de advertencia en el sentido de que se vigile también las votaciones para asambleístas, ya que el gobierno, antes de los resultados oficiales,  anuncia una mayoría de setenta y seis fichas de PAIS. Las sospechas han sido el pan de cada día en esta azarosa y trepidante jornada post electoral.
 

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